En la familia de Benicio el oficio de pescador, así como la condición de pobreza de sus miembros, pasan de generación en generación, tanto que a día de hoy Benicio es tan pobre que, en lugar de tener una caña para pescar, tiene un bastón de escoba del que cuelga un cordón de zapato y, en lugar de un anzuelo, tiene un clavo torcido. Sin embargo la vida de Benicio da un vuelco el día en el que, al atrapar un extraño pez, de sus entrañas sale un Prodigioso Náufrago. Esté le agradecerá el favor concediéndole tres deseos, ni uno más ni uno menos. Benicio se las ingeniará para sacarles el máximo partido a estos deseos, acabando por envolverse en una espiral de deseo y codicia. Iban Barrenetxea dibuja una historia sobre la fragilidad del alma humana ilustrándola con elegantes imágenes que nos presentan el mar y el barco de Benicio como inmenso escenario de una pequeña comedia (o un pequeño drama, según la perspectiva del observador); y vistiéndola de una fina ironía vehiculada a través de una prosa musical en la que se entrelazan palabras cuyo significado real se disfraza detrás de la apariencia. Como la vida misma.
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