Yavé condenó a Caín a andar perdido por el mundo y esa maldición (muy atenuada y, a menudo, cargada de humor) alcanza también a los protagonistas de estos catorce relatos, que viven un poco desorientados, cada uno en un rincón del mundo. En el libro aparecen ciudades rusas, una lujosa mansión de Santa Mónica, el Londres del jubileo de Isabel II, aldeas africanas con mezquitas junto al mar, una piscina pública de Florencia, el París del joven Hector Berlioz, un pueblo castellano con su psiquiátrico en fiestas o barrios populares de Burgos y Madrid. En estas páginas, animadas por un impulso juvenil irresistible, suenan músicas hermosísimas: el Concierto en sol mayor de Ravel, valses de Granados y obras de Dutilleux, Cherubini o Borodín (y también un mambo y villancicos). Se recitan versos de Rilke y de Gloria Fuertes y hay homenajes a Chéjov, Leskov o Céline.