Llueven palos de ciego, infinitas nanas, apuntes de literatura, mensajes de seguidores enloquecidos o anuncios caducados. Llueve sobre ancianos que sueñan con piratas, mangantes que inventan islas, amazonas enamoradas, alumnos de cólera funesta y parcas que nunca aprendieron a coser, y ahora tienen que cortar el hilo de la vida. Al fin y al cabo, la vida es lo que llueve en los quicios oxidados de la gramática, en las tardes azules de noviembre, cuando se aparecen los maridos muertos y crece la hiedra de la desmemoria. Menos mal que también existen las recetas para escabeche, los donjuanes desorientados, las etiquetas con instrucciones para llegar al orgasmo y las mujeres a las que les gusta la gasolina, dame más gasolina. Menos mal que tras la lluvia, las divas de la canción teclean palabras de ánimo, las desconocidas ofrecen consuelo, y existen cuentos como estos, para dejar de escuchar las lágrimas de las cosas.