En Florencia, la ciudad en la que durante el Renacimiento reinaban las artes, nació Miguel Ángel Buonarroti. Allí, después de pelearse muchas veces con su padre, que no quería que fuese artista, entró en un taller para aprender. Se empeñó en ser el más genial entre todos los genios. Por eso no le valía con apabullar a los pintores: también se hizo escultor y arquitecto. Fue tan testarudo y brillante que no paró hasta que los mismos florentinos tuvieron que apodarlo el divino.